La primera vez que aprendí a
volar
me fui tan lejos
que no supe volver a casa,
nunca.
Y sin embargo,
cada vez que aterrizaba
la encontraba entre mis
pasos.
A fuerza de tropezar,
la segunda vez que aprendí a
volar
tenía tanto miedo
que no dije adiós
para no llorar
y desde entonces siempre
llueve cada vez que me marcho.
Así me pasa que llego a los
sitios:
empapado de mundo.
Y muerto de frío.
Historia de nunca acabar,
la tercera vez que aprendí a
volar
se me olvidó cómo dejar de
hacerlo.
Me hice hogar entre caminos,
y una maleta de sueños.
Aprendí a vivir con las manos
y a morir
cada madrugada.
Aprendí a leer historia en
las miradas de los viandantes
y a escribir
como escriben los mayores,
dejando las huellas por
dentro.
Así me pasa que llego a los
sitios:
empapado de mundo.
Y sin haberme ido del todo.
Precioso.
ResponderEliminarLa sonrisa que llevo puesta significa Gracias.
EliminarUna vez leí, en un guión de una serie, que el hogar está donde se queda el corazón. Y tú me dices que aprendiste a volar pero nunca a regresar a casa; y, sin embargo, acabas tropezando con ella cada vez que pisas de nuevo el suelo. También leí, en un libro que quizá te suene demasiado bien, un haiku que dice así: Sin tener siquiera un nido / el pájaro llamará hogar al mundo: / la vida es su tarea . Y escuché, hace unos meses, una canción de Andrés Suárez que decía que cada vez que llovía en Sevilla era porque estaba recordando la piel de ella.
ResponderEliminarY no sé. Que no he venido a contarte mi vida.
Sólo a decirte
que eres tu propio hogar
y que
o-ja-lá
no se te olvide
nunca.
Menuda.
Muy gráfico, precioso.
ResponderEliminarGracias, mayúsculas.
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