Viajar











La primera vez que aprendí a volar
me fui tan lejos
que no supe volver a casa,
nunca.

Y sin embargo,
cada vez que aterrizaba
la encontraba entre mis pasos.


A fuerza de tropezar,
la segunda vez que aprendí a volar
tenía tanto miedo
que no dije adiós
para no llorar

y desde entonces siempre llueve cada vez que me marcho.


Así me pasa que llego a los sitios:
empapado de mundo.

Y muerto de frío.


Historia de nunca acabar,
la tercera vez que aprendí a volar
se me olvidó cómo dejar de hacerlo.
Me hice hogar entre caminos,
y una maleta de sueños.

Aprendí a vivir con las manos
y a morir
cada madrugada.

Aprendí a leer historia en las miradas de los viandantes
y a escribir
como escriben los mayores,
dejando las huellas por dentro.


Así me pasa que llego a los sitios:
empapado de mundo.

Y sin haberme ido del todo.





5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. La sonrisa que llevo puesta significa Gracias.

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  2. Una vez leí, en un guión de una serie, que el hogar está donde se queda el corazón. Y tú me dices que aprendiste a volar pero nunca a regresar a casa; y, sin embargo, acabas tropezando con ella cada vez que pisas de nuevo el suelo. También leí, en un libro que quizá te suene demasiado bien, un haiku que dice así: Sin tener siquiera un nido / el pájaro llamará hogar al mundo: / la vida es su tarea . Y escuché, hace unos meses, una canción de Andrés Suárez que decía que cada vez que llovía en Sevilla era porque estaba recordando la piel de ella.

    Y no sé. Que no he venido a contarte mi vida.

    Sólo a decirte
    que eres tu propio hogar
    y que
    o-ja-lá
    no se te olvide
    nunca.


    Menuda.

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